Hay veces que sorprende la mística ganadora de un equipo. Otras, cuando el oscuro presente llena del injusto polvo del olvido a los grandes triunfos pasados, uno pierde de vista los grandes triunfos que se portan orgullosos en los anaqueles y en la memoria.
Por eso, la victoria lograda por River anoche, es épica. Porque a pesar de tener un presente institucional y deportivo un tanto complicados, sacó a relucir la chapa mística de campeón, que parecía guardada en un cajón, y campeando le dio una tremenda alegría a ese terreno cargado de mitología y logros, invicto en las vueltas triunfadoras del adversario (recordad que festejamos dos copas en vuestras caras, queridos primos), y dimos clase que poniendo huevos se puede.
Ganó River. 4 a 2 en un partido complicado y agitado, haciendo 3 goles en 17 minutos. Ganó River. Jugando mal, sí, es cierto, pero sin dejar de intentarlo hasta la última consecuencias, hasta el último minuto. Dejó atrás los demonios que lo acompañan desde hace tiempo para desgarrar las tinieblas de la noche en pos de las pequeñas ilusiones de los hombres.
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